viernes, 15 de marzo de 2013

SENDERISMO EN GIEWONT POLONIA


Hola, me llamo Salva Manzano, realmente hace tiempo que no hago una buena ruta senderista. Es difícil sacar tiempo. Mi mujer trabaja los sábados, con lo cual no tenemos la posibilidad de coger el coche y hacer excursiones de fin de semana, cosa que a mí me encantaría. Eso sí, cuando se presenta la oportunidad, normalmente en verano, no la desaprovechamos.

 Las últimas excursiones reseñables fueron este verano. Almudena y yo teníamos vacaciones el mes de agosto y aprovechamos para hacer un viaje de diez días a Polonia. Es un país muy interesante y que todavía tiene unos precios asequibles. Fuimos a Cracovia y el objetivo era ir al norte, a Gdansk. Pero antes, mis amigos Luismi y Jota, que eran los organizadores del viaje, decidieron ir al sur, a una pequeña ciudad llamada Zakopane. Aunque el viaje a Polonia fue más bien cultural y gastronómico-festivo, en Zakopane, conocida como la capital de invierno de Polonia, disfrutamos de un buen día de deporte en la naturaleza. Zakopane se encuentra en la parte sur de la región de Podhale, cerca de la frontera con Eslovaquia y a los pies de los Montes Tatras, que son la mayor cordillera de los Cárpatos (o al menos eso dice la Wikipedia), además de un Parque Natural donde hay muchas especies protegidas, incluso osos pardos El caso es que desde Zakopane cogimos un autobús que en muy poco tiempo nos dejó a los pies del Giewont, que es un macizo montañoso que forma parte de los Tatras occidentales, y cuyo pico más alto tiene 1.895 metros. Lo primero que pensamos al mirar hacia arriba fue "mejor cojamos el teleférico". Pero afortunadamente había una cola muy larga y decidimos subir andando. Digo afortunadamente, porque aunque me hubiera encantado ver las vistas desde el teleférico, al no cogerlo pudimos disfrutar de un estupendo día de senderismo, uno de los mejores que recuerdo.
  Lo primero que nos llamó la atención fueron los carteles anunciando que había osos en los alrededores, aunque la verdad es que no vimos ninguno. Lo segundo que me llamó la atención fue que, además de numerosos excursionistas, había también una especie de peregrinaje religioso: un grupo bastante numeroso de gente, incluidos un cura y varias monjas en sandalias, subían a muy buen ritmo. De vez en cuando paraban para rezar alguna oración (por supuesto, en polaco) y después continuaban. En un repecho del camino, pararon y celebraron una misa al aire libre. Fue bastante curioso. Después de una hora y media de subida y con un paisaje espectacular, valles abajo y los picos del Giewont arriba, hicimos un alto en una cabaña en la que nos tomamos unos bocadillos y unas cervezas bien fresquitas para coger fuerzas. Lo bueno del senderismo es que en un momento dado no es incompatible con tomarse una cerveza (eso sí, siempre con moderación). En ese momento mucha gente daba media vuelta y otros continuaban. Como la comitiva religiosa continuó la ascensión, mis amigos decidieron que no podíamos ser menos y continuamos marcha arriba. Aquí comenzó la parte realmente difícil: la pendiente se hizo más dura y el camino más estrecho. En un momento dado llegamos a una especie de escaleras naturales muy empinadas (y concurridas). Cada dos por tres había gente sentada haciendo un pequeño descanso y nosotros también tuvimos que parar unas cuantas veces. Era una ascensión realmente dura si no estabas medianamente en forma.
Finalmente llegamos a uno de los picos, creo que el que llaman Pequeño Giewont, desde el cual se ve el que creo que llaman Gran Giewont y en el que hay una gran cruz, destino final de los peregrinos a los que he mencionado antes. Ni que decir que el paisaje era espectacular. Siempre que llegas a la cima de una montaña te embarga una sensación muy especial. Yo creo que da igual que seas un senderista profesional o un simple aficionado (como es mi caso): cuando llegas arriba te sientes genial, mejor cuanto más te ha costado llegar. 

 Al cabo de un rato vimos unos ala-deltas volando muy alto. Aunque tengo vértigo, me dio mucha envidia. Me gustaría saber que es lo que se siente. Debe ser una sensación de libertad maravillosa. Después de un rato de descanso, en lugar de dar media vuelta y volver por el mismo camino, bajamos por el otro lado de la montaña. También había un camino, pero estaba mucho menos concurrido que el de la subida. Tengo muy mal sentido de la orientación, así que no puedo especificar si subimos por la cara norte y bajamos por la sur, o viceversa. No me suelo preocupar de esas cosas, simplemente disfruto del paisaje. El caso es que el descenso fue bastante duro. En algunos momentos no me avergüenza decir que utillicé la vieja técnica del "arrastraculos" que, a pesar de ser poco decorosa, siempre me ha dado buenos resultados en situaciones complicadas. Eramos cinco amigos: Jota, Luismi, Susana, Almudena (mi mujer) y yo. Curiosamente, a Almudena, que era la que más había sufrido en la subida, se le dio muy bien la bajada. Nos tuvo que esperar en varios momentos. Durante el descenso me sorprendió ver varias parejas que subían con niños pequeños en sillas de esas para la espalda. Pensé que estaban locos o en muy buena forma física (probablemente las dos cosas). Tal vez eramos nosotros los que no estabamos en muy buena forma, jejeje. De algunas rocas caían chorritos de agua cristalina, y se podía beber directamente. Nos vino bien, porque en la subida habíamos acabado la única botella de agua que llevabamos. Un poco más abajo había un riachuelo con una de las aguas más frías que recuerdo haber visto. Conseguí meter los pies pero no puede tenerlos dentro más de medio minuto. Por fin llegamos a un camino con una pendiente muy suave, al final de la cual habían furgonetas que en pequeños grupos te devolvían a la civilización. Susana había calculado los kilómetros con una aplicación de esas de móvil con GPS. No recuerdo cuantos kilómetros hicimos exactamente, pero fueron bastantes, todos nos sorprendimos al verlos. En total estuvimos más de seis horas de excursión por la montaña, con lo que quitando los descansos, calculo que fueron unas cinco horas de caminata. Para celebrar que habíamos sobrevivido, decidimos ir a un buen restaurante de carne a la brasa. Por cierto, las salchichas polacas no tienen nada que envidiar a las alemanas ;-). Para más historias visita www.mavalife.com

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